SAGRADAS IMÁGENES
Santísimo Cristo de la Expiración
ICONOGRAFÍA El Triunfo de la Cruz sobre los enemigos del Hombre, (Mundo, Demonio y Carne), por la muerte de Cristo Redentor.
AUTOR
Mariano Benlliure y Gil
(1862-1947)
FECHA DE REALIZACIÓN
1939-1940
MATERIALES
Madera de Abedul
DIMENSIONES
1.88 m. alto
“”…sus perfecciones somáticas, interesantes, emotivas, son al propio tiempo veladas por una suave idealidad de transparencias celestiales…”
Tal y como recogiese el Dr. Juan Antonio Sánchez López, Catedrático de Historia del Arte, en la publicación El Alma de la Madera. El Cristo de la Expiración resucita añejos criterios expresionistas para ponerlos al servicio de un sentido trágico, transmitido al espectador a través de una serie de notaciones intuitivas a las que el espectador no puede permanecer ajeno. Ante la visión de este espléndido Crucificado casi puede escucharse el estremecimiento de la madera por el rascar de la gubia, cuyas huellas se perciben, como valor textual y recurso expresivo, en amplias zonas de la lacerada anatomía de Cristo. Tan audaz y premeditado tratamiento plástico parece querer trasponer a un lenguaje puramente estético, el dramático espasmo que sacude la cabeza y el cuerpo del personaje en el último estertor de su agonía.
El cuerpo es un canto a la valoración del volumen, un todo esquemático, conciso, restringido basado en un juego de tensiones lineales y en la confrontación de planos escultóricos de comedido geometrismo. El canon alargado, espiritualizado y de hondas evocaciones manieristas que informa de toda la anatomía alcanza su esfuerzo depurador juncos entrelazados, se halla ejecutada en metal y revestida de arpillera policromada.
En 1991 fue restaurada por Estrella Arcos Von Haartman. Antes de esta intervención el color de la encarnadura había tornado a unos tonos cetrinos, cuyo progresivo oscurecimiento era debida a una pátina artificial elaborada a base de almendras y fijada con sucesivas capas de cera. Lo rudimentario del procedimiento no favorecía la conservación de la imagen de la imagen; razón por la que la restauradora hubo de limpiar y consolidar íntegramente la policromía. Sin embargo, conservó, sin suprimirlo del todo, el sello del tiempo que el paso del tiempo dejara en el cuerpo de la efigie.
Pocas esculturas procesionales han cosechado una aceptación tan unánime como el Cristo de la Expiración. De hecho, ese ‘discurso silencioso’ en palabras de Romero Torres, cuenta con toda una antología crítica que ha valorado tanto sus estrictas calidades plásticas como su encuadre estilístico en el catálogo de su autor. En una emisión de Radio España el 26 de febrero de 1940, el crítico José Prados y López transmitía a la opinión pública las primeras impresiones que la pieza había comenzado a causar todavía en el estudio del escultor:
‘Como obra de arte está concebida y realizada con esa gracia de sentimiento que tiene toda la escultura de Benlliure,
más incisivo en la extremada delgadez de las piernas, cuyas articulaciones se comban sinuosamente en una artificiosa crispación nerviosa. El perizoma se incorpora a la cintura sin solución de continuidad con el resto de la talla. Salvo el extremo colgante que cae por la derecha, los paños remarcan las siluetas deslizándose por la cadera izquierda para dejarla completamente al aire.
La cabeza de ‘esta obra en la que le he puesto toda mi alma’, además de estar llena de emoción es sencillamente, impresionante. Los golpes de la gubia arrancan del material unas muescas y perfiles tan desgarradores y tan despiadadamente expresionistas, que imprimen al rostro un aura fantasmagórica y, desde luego, ultraterrena. Los labios gruesos y resecos con gesto hablante, una barba estilizada y compacta, una frente deformada y abultada, la afilada nariz y unos ojos desorbitados, de pupilas amarillentas, son los resortes formales que concitan el ‘pathos’ del conjunto. La cabellera se halla trabajada en mechones verticales y humedecidos, distribuidos asimétricamente. Por su parte, la corona de espinas, reducida a una diadema de atento siempre a la anatomía y ejecutado el natural con la trascendencia que debe tener cuando es el cuerpo muerto de Dios, vencido por el dolor y el sufrimiento. Benlliure cuida mucho de la serenidad de sus imágenes y de la dignidad de sus ropajes y en ese Cristo de la Expiración está lograda su alta intención de escultor y de artista a su obra la espiritualidad que el tema requería, junto al detenido estudio de la belleza ingrávida del desnudo’.
Más tarde, el novelista Salvador González Anaya, Presidente de la Academia de San Telmo, y el pintor, Antonio de Burgos Oms, su Secretario General, remitían a la Hermandad el informe elaborado por sus delegados, Adrián Risueño y Luis Cambronero, el 8 de marzo de 1940. Además de ponderar la obra, el informe también reconocía el esfuerzo desarrollado por el octogenario artista:
‘No es fácil discernir que merece más admiración, más elogio, si el acierto prematuro de un artista, que aún no llegó a su madurez, o la producción vigorosa, plena de estética y unción que ahora nos presenta Benlliure en el ocaso de su vida… Es la contextura somática de la divina efigie de Cristo, tallada por Benlliure, un arquetipo doctrinal de humanidad divinizada, o de divina humanidad, cuya realidad anatómica nos imprime el sentimiento humano del dolor, por la tortura de la carne, … y “mueve” al misticismo acrisolado’.